Tuesday, December 19, 2006

EL MECANICO DE AVIÓN

Son curiosas las increíbles situaciones en que te coloca la vida. Descubrir como los roles fugaces de nuestra existencia van dando vueltas como círculos: el que fue niño ahora es viejo, el que era fuerte, hoy es débil. Dan vueltas como esta llave mientras ajusto este perno. Cada vez que ingreso un perno de estos en el poderoso motor de un avión, en el corazón mismo de la nave, mi vida entera pasa como un rayo, atravesando las etéreas dimensiones del tiempo.

Me veo de niño en mi añorada Italia, era feliz en el campo, pero todo cambio cuando sentimos la respiración del monstruo, el tirano cruel. La peor de las plagas: La guerra. Llegó galopando, feroz, implacable. Abandonamos el campo, vivíamos en campamentos, en refugios. La guerra soltaba sus garras: las bombas que caían del cielo, destrozando, aniquilando sin piedad, sin distinción. Rugían los aviones, era el monstruo que llegaba, y luego las garras que caían silbando en el aire. Nuestra sangre ya no era sangre, aquella estaba desparramada, tiñendo las paredes, las veredas, los ríos. Terror era lo que circulaba por nuestras venas, hielo aguijoneando nuestras arterias, nuestros corazones.

Doy otra vuelta al perno, delicadamente, falta poco. Es curioso, decía, que yo, sobreviviente de esa guerra, este trabajando aquí, en la fuerza aérea, mimando y manteniendo a estas máquinas de destrucción, al rugido del monstruo.

Guardo un recorte de periódico que conservó mi madre de la guerra, data del 20 de mayo de 1941, curiosamente un día como hoy. Se ve la foto de un hospital que funcionaba como guardería y en el que acostumbraba dejarme cuando iba a trabajar. Sintió un día la imperiosa necesidad de verme y estar conmigo. Me recogió y me llevó a pasear y comer galletas. Horas después una descuidada garra cayó con todo su odio sobre el hospital repleto de niños. Malditas máquinas, maldito dios que permitiste esa y tantas desgracias. Maldita sea la guerra. ¡Maldita!

Es curioso, decía, pero todos tenemos debilidades, la mía es la mecánica. Los aviones también tienen su debilidad, por eso estoy yo aquí, para que esa debilidad no se manifieste, para que estén siempre en perfecto estado y en caso de conflicto puedan liberar las garras con precisión, y puedan seguir navegando en el reino de los cielos.

Así pues, pensando en estas cosas curiosas, termino de introducir este perno rajado en el motor del avión. Y es curioso también, como iba diciendo, que nadie se pregunte por qué desde hace 6 años, cada 20 de mayo, cae un avión con el corazón hecho pedazos.

Friday, December 08, 2006

DIME QUE ME AMAS


Me pides que te diga que te amo, pero ¿sabes qué? En la mañana me llegó la nota de desalojo, me van a tirar a la calle como a un perro, con las pocas cosas que me quedan, la cama, la mesita, la máquina de escribir, la radio, las cenizas del último cigarro, las penas hondas que vivían en las grietas del cuarto, el olor infantil de tu perfume, el recuerdo de tu sexo, las alegrías compartidas y mis risas solitarias. ¿Dónde se refugiará mi cuerpo necesitado de ti? ¿Dónde esconderé la miseria de mis medias con hueco? Siento tristeza pero también siento rabia, rabia contra el arrendador, ese viejo infame que no se compadeció ante mis suplicas, que no aceptó las monedas que pesaban en mi mano después de entregar mi guitarra a un prestamista. Fui Judas por ese maldito y ahora sólo me queda esto, el peso de la culpa.

Sonó el teléfono, contesté y escuche tu voz. Me dijiste para encontrarnos aquí en ésta banca del parque.

Luego llegó el tipo de la bodega, con la sonrisa forzada, tratando de disculparse mientras se llevaba la máquina de escribir, el viejo dinosaurio, compañero entrañable, cómplice absoluto de nuestras cartas de amor, de mis historias ridículas y de mis sueños de héroe. Se la llevaba porque sabía que era imposible que pudiera pagar lo que le debía y “como ya me iba a ir”. Sonreí también por su ingenuidad, la máquina no tenía ningún valor comercial y si bien me daba pena perderla, prefería conservar el dinero que me dieron por la guitarra. Pero no sonreí cuando regresó con un ayudante, siempre tímidamente, a llevarse la cama y el trajinado colchón. Ahora si estamos a mano, dijo. Se fue, siempre amable, con un ligero rubor en el rostro.

Y me pides que te diga que te amo.

Me miro en el espejo y veo a un perdedor, un inepto en la supervivencia en este mundo de concreto. Estoy envejeciendo y me siento sólo y terminado. No me imagino quién puede querer a un hombre como yo. Pero sonó el teléfono y escuché tu voz otra vez, no necesité escuchar las palabras que me dicen que no me olvide de la cita en el parque. Sólo el sonido dulce de tu voz, que entra como una droga, poderosa y efectiva. Y pienso: esto no es tan malo.

Ahora estamos sentados aquí en el parque, en esta banca triste de los colores idos y me miras con tus inmensos ojos, me coges las manos frías de abandonado y me pides que te diga que te amo y no puedo. No puedo porque las lágrimas se me atraviesan como una soga en la garganta.